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Cajón de sastre / PSICOACÚSTICA
« en: 11 de Julio de 2019, 06:19:43 pm »
Las ondas sonoras en sí mismas son moléculas de aire que vibran con frecuencias diversas. Su movimiento y sus oscilaciones se pueden medir, pero hace falta un cerebro humano para cartografiarlas.
Cuando escuchamos música percibimos múltiples atributos o dimensiones (tono, afinación, timbre, volumen, tempo, ritmo, contorno, localización espacial, reverberación) que nuestro cerebro ha de procesar.

Las ondas sonoras impactan en el pabellón auricular y en los tímpanos poniendo en marcha una cadena de acontecimientos mecánicos y neuroquímicos cuyo producto final es una imagen mental interna que se configura en función de dichos atributos.
Por tanto, desde este punto de vista el sonido es una "construcción" creada por el cerebro en respuesta a moléculas que vibran.
Los psicólogos de la Gestalt estaban interesados por el problema de las configuraciones, es decir, como se agrupan los elementos para formar conjuntos, entes u objetos que son cualitativamente diferentes de la suma de sus partes, que no pueden entenderse en función de sus partes.
Agrupar es un proceso jerárquico y nuestros cerebros forman grupos perceptuales basándose en un gran número de factores. Algunos factores de agrupación son psicológicos, es decir, tienen una base mental, y dependen, por ejemplo, de a qué procuremos conscientemente prestar atención, de los recuerdos y de las expectativas que tengamos.

Se ha escrito mucho acerca de la universalidad en las preferencias por ciertos patrones musicales y también se ha investigado al respecto. Y los recientes estudios en el ámbito de la neurofisiología han animado el debate científico acerca del posible papel de la música en el origen del lenguaje y la relación de la misma con la evolución de los homínidos. La utilización de argumentos fisiológicos, históricos y sociales se combinan en diferentes teorías que tratan de conjugar convergencias evolutivas culturales con la naturaleza humana dictada por fuerzas que se esconden en lo más profundo de nuestro genoma.

En los últimos tiempos han cobrado relevancia estudios que tratan de demostrar el hecho de que la experiencia con los lenguajes nativos crea plantillas rítmicas que influyen en el procesado de los patrones sonoros.
Nuestras preferencias musicales, como sucede con otros tipos de preferencias, están influidas también por lo que hemos experimentado antes, y por si el resultado de esa experiencia fue positivo o negativo.
Los tipos de sonidos, ritmos y texturas musicales que nos resultan agradables son en general ampliaciones de experiencias positivas previas que hemos tenido con la música a lo largo de la vida. Esto es porque oír una canción que te gusta es muy parecido a disfrutar de cualquier otra experiencia sensorial agradable.
Nos referimos tantas veces al poder evocador de la música, seamos o no conscientes de ello, algo que relata magistralmente Marcel Proust en El camino de Swann, el primer volumen de En busca del tiempo perdido. La escucha de la sonata Vinteuil pone en marcha un ejercicio de evocación en el personaje de la novela (similar al famoso de la madalena) que activa su memoria para hacer surgir, por asociación, el recuerdo.
Como recomendaba Aaron Copland, "si se quiere entender la música lo más importante es escucharla". El melómano se hace oyendo música, al igual que el gastrónomo, comiendo.

La música apela a dos partes de nuestra naturaleza: es esencialmente intelectual y emocional. Y cuando la escuchamos somos conscientes de ambas, pudiendo conmovernos hasta lo más hondo a la vez que apreciamos la estructura formal de una composición.
Como instrumento para despertar sentimientos y emociones la música es el mejor lenguaje y, en cierto modo, la respuesta emocional de un oyente ante una pieza musical está ligada a su estado mental en ese preciso momento.
Cuando escuchamos música percibimos múltiples atributos o dimensiones (tono, afinación, timbre, volumen, tempo, ritmo, contorno, localización espacial, reverberación) que nuestro cerebro ha de procesar.

Las ondas sonoras impactan en el pabellón auricular y en los tímpanos poniendo en marcha una cadena de acontecimientos mecánicos y neuroquímicos cuyo producto final es una imagen mental interna que se configura en función de dichos atributos.
Por tanto, desde este punto de vista el sonido es una "construcción" creada por el cerebro en respuesta a moléculas que vibran.
Los psicólogos de la Gestalt estaban interesados por el problema de las configuraciones, es decir, como se agrupan los elementos para formar conjuntos, entes u objetos que son cualitativamente diferentes de la suma de sus partes, que no pueden entenderse en función de sus partes.
Agrupar es un proceso jerárquico y nuestros cerebros forman grupos perceptuales basándose en un gran número de factores. Algunos factores de agrupación son psicológicos, es decir, tienen una base mental, y dependen, por ejemplo, de a qué procuremos conscientemente prestar atención, de los recuerdos y de las expectativas que tengamos.

Se ha escrito mucho acerca de la universalidad en las preferencias por ciertos patrones musicales y también se ha investigado al respecto. Y los recientes estudios en el ámbito de la neurofisiología han animado el debate científico acerca del posible papel de la música en el origen del lenguaje y la relación de la misma con la evolución de los homínidos. La utilización de argumentos fisiológicos, históricos y sociales se combinan en diferentes teorías que tratan de conjugar convergencias evolutivas culturales con la naturaleza humana dictada por fuerzas que se esconden en lo más profundo de nuestro genoma.

En los últimos tiempos han cobrado relevancia estudios que tratan de demostrar el hecho de que la experiencia con los lenguajes nativos crea plantillas rítmicas que influyen en el procesado de los patrones sonoros.
Nuestras preferencias musicales, como sucede con otros tipos de preferencias, están influidas también por lo que hemos experimentado antes, y por si el resultado de esa experiencia fue positivo o negativo.
Los tipos de sonidos, ritmos y texturas musicales que nos resultan agradables son en general ampliaciones de experiencias positivas previas que hemos tenido con la música a lo largo de la vida. Esto es porque oír una canción que te gusta es muy parecido a disfrutar de cualquier otra experiencia sensorial agradable.
Nos referimos tantas veces al poder evocador de la música, seamos o no conscientes de ello, algo que relata magistralmente Marcel Proust en El camino de Swann, el primer volumen de En busca del tiempo perdido. La escucha de la sonata Vinteuil pone en marcha un ejercicio de evocación en el personaje de la novela (similar al famoso de la madalena) que activa su memoria para hacer surgir, por asociación, el recuerdo.
Como recomendaba Aaron Copland, "si se quiere entender la música lo más importante es escucharla". El melómano se hace oyendo música, al igual que el gastrónomo, comiendo.

La música apela a dos partes de nuestra naturaleza: es esencialmente intelectual y emocional. Y cuando la escuchamos somos conscientes de ambas, pudiendo conmovernos hasta lo más hondo a la vez que apreciamos la estructura formal de una composición.
Como instrumento para despertar sentimientos y emociones la música es el mejor lenguaje y, en cierto modo, la respuesta emocional de un oyente ante una pieza musical está ligada a su estado mental en ese preciso momento.