Autor Tema: LOS TRES AUDIÓFILOS / MELÓMANOS. Apuntes para la reflexión.  (Leído 19399 veces)

Rocoa

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LOS TRES AUDIÓFILOS / MELÓMANOS. Apuntes para la reflexión.
« en: 11 de Julio de 2019, 05:58:06 pm »
Es obvio que cada aficionado a la música busca un particular tipo de presentación sonora en su sistema de audio puesto que, a la hora de escuchar, cada cual lo hace de manera diferente.

Así podíamos establecer tres tipologías de audiófilos:

* Los que buscan el "sonido absoluto". Serían aquellos que prefieren la música tocada por instrumentos acústicos grabados en el espacio real y que buscan que los sistemas que reproduzcan esos instrumentos, independientemente de lo bien o mal que hayan sido grabados, suenen "reales", como es la música en directo.

* Aquellos que buscan la "fidelidad a la cinta master". Quieren escuchar lo que ha sido grabado, suene como la música en vivo o no. Les interesa escuchar la grabación, lo que han hecho los ingenieros y les gusta percibir como unas grabaciones suenan fantásticamente y otras resultan inescuchables.

*Los que quieren escuchar la música "como a ellos les gusta". No les importa el sonido absoluto en un espacio real con instrumentos acústicos ni la fidelidad a la cinta master. Solo quieren disfrutar de la música que les gusta, que suene "bien", agradable y bonita, excitante, magnánima, no fatigante......como a ellos les gusta.

       

Seguro que muchos de nosotros nos hemos visto en una situación parecida a la que detallo a continuación. Imaginemos que tres amigos que llamaremos de manera ficticia Mr. Detalle, Mr. Romance y Mr. Absoluto se citan un fin de semana para hacer una audición en casa de uno de ellos. Es algo muy frecuente y que he practicado con mucha asiduidad aunque, desgraciadamente, cada vez lo hago menos.
Tracemos los perfiles de nuestros anfitriones:

Mr. Detalle.

Selecciona los componentes basándose en el ancho de banda, en su curva de respuesta en frecuencia y en la precisión de los mismos. Digamos que su estilo de escucha se basa en "la fidelidad a la cinta master".
Le gusta que la música suene tan bien o mal como dicta la grabación. Les gusta percibir como ciertas grabaciones suenan mucho mejor que otras, hasta el punto que algunas resultan inescuchables.
Disfruta con sus discos audiófilos y suele utilizar las mismas grabaciones una y otra vez mientras hace el ajuste fino de su sistema para escuchar cada vocal y cada consonante del fraseo de Shirley Horn con sus electrónicas Spectral y altavoces Avalon o Wilson.
Le gusta utilizar las palabras "rapidez" y "precisión" para definir su sistema.

                             

Mr. Romance.

Le gusta la belleza de la música "per se". Busca que la escucha de su sistema le haga sentirse bien y le conecte con "el alma" de la interpretación sin importarle cuan lejos esté de la realidad grabada.
Encontraremos aparatos vintage en su casa. Le apasionan los amplis de tubos y los altavoces Harbeth. Su palabra favorita es PRaT.

                           

Mr. Absoluto.

Persigue el recrear la realidad de la música en vivo, los sentimientos y experiencias que obtiene en la sala de conciertos cuando está en el auditorio.
Quiere que la música reproducida suene de esa manera, independientemente del soporte utilizado.
Ajusta su sistema tratando de emular el sonido que escucha en la sala de conciertos local a la que acude asiduamente. Su búsqueda no se ha centrado en la mejor respuesta para la pregunta "¿qué es la verdad?" sino en buscar la mejor ilusión del "evento real". Opina, como dijo algún filósofo, que "si buscas desesperadamente la verdad puedes tener la desgracia de encontrarte con ella".
En su casa tiene unos paneles Magnepan o Quad y en su discurso aparece con frecuencia el término "escena sonora".

         

Como comentamos los tres amigos quedan para hacer unas audiciones y se desplazan a casa de Mr. Romance. Este decide poner una sinfonía de Brahms y tras escuchar el primer movimiento Mr. Romance dice con orgullo:

- "¿No es fantástico? He tardado años en conseguir que el sistema suene tan agradable"

Mr. Absolute comenta:
- "Esto no es correcto. Conozco bien la grabación y la interpretación es maravillosa pero el sonido es horrible. Nunca la he escuchado sonando tan bonito"

Mr. Detalle inevitablemente frunce el ceño y comenta:
- "¿Cómo puedes hacer una escucha crítica si no percibes todo el detalle que hay en las grabaciones?."

A lo cual Mr. Romance replica:
-"¿Tienes algún problema con eso? ¿Eres un amante de la música o uno de esos amantes de los aparatos a los que le gusta cacharrear?"

Mr. Absolute ha escuchado suficiente y dice:

-"Bajo descontrolado, agudos débiles, falta de dinámica y de microinformación.....por nombrar solo algo. Y porque nos has puesto a Brahms ya que si escuchamos a Bartok......."

Mr. Romance se enoja y señalándolo con el dedo le recrimina:
- "No sois verdaderos amantes de la música. Me parece que a vosotros lo que os gusta es "cacharrear" con los aparatos....."


Por supuesto que esta situación es perfectamente argumentable en multitud de aspectos y podríamos hacer decenas de tipologías diferentes perfectamente válidas, todas ellas también criticables.
Y creo que ninguno de nosotros nos encuadraríamos totalmente en una de ellas.
« Última modificación: 16 de Febrero de 2022, 08:56:03 pm por Rocoa »

Rocoa

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MEDIDAS
« Respuesta #1 en: 11 de Julio de 2019, 06:12:52 pm »
No cabe duda de que existe una correlación entre los parámetros mensurables y lo que escuchamos, sobre todo en los transductores. Podemos intuir el balance tonal, las peculiaridades del grave, el agudo, la rapidez de respuesta a transitorios e incluso consideraciones acerca de la escena sonora.
No obstante aún así me siento incapaz de determinar la presentación sonora real de unos transductores viendo las gráficas, y mucho menos de adivinar las sensaciones que obtengo con la escucha de los mismos, por no hablar de las diferencias en el rendimiento dependiendo del sistema en que se integren pero esa es otra historia.


Son frecuentes las diatribas entre objetivistas/subjetivistas acerca del tema.
Los objetivistas se aferran al término "neutral" y fundamentan sus discursos en las medidas.

En el caso más extremo los objetivistas se adhieren al credo de que los componentes pasivos (cables, resistencias, condensadores, etc.) no tienen efecto en el sonido del aparato en que esos componentes son utilizados. Esto es, dos condensadores del mismo valor funcionarán de forma idéntica en el circuito. Por tanto, ¿por qué no utilizar el más barato?.

Por otro lado los subjetivistas argumentan que el único método válido para evaluar un componente es la escucha del mismo.
Suelen aducir que el oído-sistema es complejo y que, además, no actúa como un micrófono ideal procesando todo de la misma manera.
Reciben críticas por parte de los objetivistas que aducen que las mejoras obtenidas con este u otro componente o tweak son debidas a su subconsciente en el sentido de que se sugestionan tras haber invertido su dinero, aunque no represente mejora sónica.

Creo que, como en todos los ámbitos, no todo es blanco o negro y hay escalas de grises.
Las medidas son muy importantes en algunos casos pero, como dijo Albert Einstein, "no todo lo que se mide cuenta y no todo lo que cuenta se puede medir".

             

Ciertamente no siempre lo que escuchamos se correlaciona con lo que medimos. Resulta paradigmático el tema de los amplificadores diseñados con triodos en configuración single ended (SET) para ilustrarlo.
Si preguntamos a un ingeniero para que nos describa las cualidades de un amplificador ideal nos dirá todo lo que los SET no poseen:

- Baja distorsión y ruido.
- Elevada potencia de salida.
- Elevado factor de amortiguación.
- Baja impedancia de salida.
- Elevada corriente para atacar cargas de baja impedancia.
- Ancho paso de banda.

Entonces, ¿cómo pueden algunos de estos amplificadores, que son la antítesis de lo expuesto, sonar de forma tan mágica?
¿Cómo puede un amplificador con unas cualidades mensurables tan incorrectas sonar tan correcto?
Algunos sugieren que es debido a la distorsión eufónica de los SET que añade peso y cuerpo en el rango medio y, además, "rellena los espacios". Es bien conocido el hecho de que la distorsión del 2º harmónico de los SET es mucho más benigna que la de los amplificadores de estado sólido en clase AB.
Pero la magia de los SET va más allá de esta interpretación simplista. La elevada resolución del detalle de bajo nivel que configura una imagen instrumental tan realista no debiera ser precisamente debido a la distorsión del 2º harmónico.

¿Será porque muchas de las medidas técnicas que se utilizan son una información, en cierto modo estática, que combinada con otras medidas nos lleva a un sistema dinámico altamente complejo y multifactorial?
La música es un arte que se da en el dominio temporal, en el que las relaciones no son estáticas como en la pintura.
Además hemos de tener en cuenta que este complejo sistema interactúa con un sistema mucho más complejo todavía, el cerebro humano.


El filósofo británico Alan Watts, autor de “La sabiduría y la inseguridad”, expresó:
"Si quieres escuchar un río, no cojas un cubo de agua de él y te pongas a mirarlo en la orilla. Un río no es agua y al sacar el agua del río, pierdes la cualidad esencial del río, que es su movimiento, su actividad, su flujo."

Creo que hay muchas condiciones que no son mensurables actualmente, o que no se tienen en cuenta, que pueden afectar a la calidad del sonido y, sobre todo, a como lo percibe cada individuo.


Una manera de juzgar un producto de audio, independientemente de las medidas, es como hace que te olvides con facilidad de que estás escuchando una reproducción electromecánica de la música y te deleites con la música en sí misma.
Y se podría decir que si lo que mides no se corresponde con lo que escuchas quizás estés midiendo algo equivocado.

Rocoa

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PSICOACÚSTICA
« Respuesta #2 en: 11 de Julio de 2019, 06:19:43 pm »
Las ondas sonoras en sí mismas son moléculas de aire que vibran con frecuencias diversas. Su movimiento y sus oscilaciones se pueden medir, pero hace falta un cerebro humano para cartografiarlas.
Cuando escuchamos música percibimos múltiples atributos o dimensiones (tono, afinación, timbre, volumen, tempo, ritmo, contorno, localización espacial, reverberación) que nuestro cerebro ha de procesar.


Las ondas sonoras impactan en el pabellón auricular y en los tímpanos poniendo en marcha una cadena de acontecimientos mecánicos y neuroquímicos cuyo producto final es una imagen mental interna que se configura en función de dichos atributos.
Por tanto, desde este punto de vista el sonido es una "construcción" creada por el cerebro en respuesta a moléculas que vibran.

Los psicólogos de la Gestalt estaban interesados por el problema de las configuraciones, es decir, como se agrupan los elementos para formar conjuntos, entes u objetos que son cualitativamente diferentes de la suma de sus partes, que no pueden entenderse en función de sus partes.
Agrupar es un proceso jerárquico y nuestros cerebros forman grupos perceptuales basándose en un gran número de factores. Algunos factores de agrupación son psicológicos, es decir, tienen una base mental, y dependen, por ejemplo, de a qué procuremos conscientemente prestar atención, de los recuerdos y de las expectativas que tengamos.


Se ha escrito mucho acerca de la universalidad en las preferencias por ciertos patrones musicales y también se ha investigado al respecto. Y los recientes estudios en el ámbito de la neurofisiología han animado el debate científico acerca del posible papel de la música en el origen del lenguaje y la relación de la misma con la evolución de los homínidos. La utilización de argumentos fisiológicos, históricos y sociales se combinan en diferentes teorías que tratan de conjugar convergencias evolutivas culturales con la naturaleza humana dictada por fuerzas que se esconden en lo más profundo de nuestro genoma.


En los últimos tiempos han cobrado relevancia estudios que tratan de demostrar el hecho de que la experiencia con los lenguajes nativos crea plantillas rítmicas que influyen en el procesado de los patrones sonoros.

Nuestras preferencias musicales, como sucede con otros tipos de preferencias, están influidas también por lo que hemos experimentado antes, y por si el resultado de esa experiencia fue positivo o negativo.
Los tipos de sonidos, ritmos y texturas musicales que nos resultan agradables son en general ampliaciones de experiencias positivas previas que hemos tenido con la música a lo largo de la vida. Esto es porque oír una canción que te gusta es muy parecido a disfrutar de cualquier otra experiencia sensorial agradable.
Nos referimos tantas veces al poder evocador de la música, seamos o no conscientes de ello, algo que relata magistralmente Marcel Proust en El camino  de Swann, el primer volumen de En busca del tiempo perdido. La escucha de la sonata Vinteuil pone en marcha un ejercicio de evocación en el personaje de la novela (similar al famoso de la madalena) que activa su memoria para hacer surgir, por asociación, el recuerdo.

Como recomendaba Aaron Copland, "si se quiere entender la música lo más importante es escucharla". El melómano se hace oyendo música, al igual que el gastrónomo, comiendo.

       

La música apela a dos partes de nuestra naturaleza: es esencialmente intelectual y emocional. Y cuando la escuchamos somos conscientes de ambas, pudiendo conmovernos hasta lo más hondo a la vez que apreciamos la estructura formal de una composición.

Como instrumento para despertar sentimientos y emociones la música es el mejor lenguaje y, en cierto modo, la respuesta emocional de un oyente ante una pieza musical está ligada a su estado mental en ese preciso momento.


Rocoa

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EL ARTE
« Respuesta #3 en: 11 de Julio de 2019, 06:22:58 pm »
Más de una vez me he preguntado como es posible que la voz de Donald Fagen me emocione mientras escucho a Steely Dan. Otro tanto me ocurre con Tom Waits cuando lo escucho en momentos de estado de ánimo crepuscular.
Tanto una como otra se alejan bastante de los cánones de belleza al uso.


Quizás la respuesta se encuentre en que la música ("el arte de las musas" en la Grecia clásica) es un ARTE.
La música es el arte de producir y combinar sonidos acordes de todos los elementos de creación sonora: instrumentos, ritmos, sonoridades, timbres, tonos, organizaciones seriales, melodías, armonías, etc.,
Y la gran paradoja de la música es la de ser el más expresivo de los lenguajes, pero al mismo tiempo no expresar nada concreto. O expresarlo todo.
Un cuarteto para cuerdas de Maurice Ravel "dice" algo que sin embargo no es comunicable ni transmisible en una forma verbal válida para todo el mundo. Cada cual lo percibirá de manera distinta.


La música es el lenguaje de las emociones. Eso tan personal que los compositores tratan de expresar y que los oyentes captan, no es otra cosa que emoción. Y el efecto emotivo que incide sobre el estado de ánimo es de diferente intensidad y matiz en cada receptor.

Sigmund Freud se interesó por el arte (plástico y literario) y le dedicó abundantes páginas de reflexión. No sucedió lo mismo con la música, frente a la cual manifestó reservas: "una actitud analítica lucha en mí contra la emoción cuando no se qué es lo que me emociona, ni por qué". Evidentemente, un arte sin palabras y alejado de la representación sensible no era compatible con su vocación de descifrador de discursos.


Hace unos años, pasando unos días en Marbella, aproveché para visitar el Museo Picasso en Málaga. Allí me encontré en una de las salas con un escrito de Picasso y lo fotografié porque me resultó atractivo. Lo transcribo íntegramente:

"La enseñanza académica de la belleza es falsa. Se nos ha engañado tanto que ya no se puede volver a encontrar la sombra de una verdad.
Las bellezas del Partenón, las Ninfas, los Narcisos, todo eso son mentiras. El arte no es la aplicación de un canon de belleza sino aquello que el cerebro y el instinto conciben independientemente de ese canon.
Cuando se ama a una mujer no se toman los instrumentos para medir sus formas; se las ama con nuestros deseos y, sin embargo, hemos hecho lo imposible para introducir el canon hasta en el amor."


Rocoa

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EL CAMINO
« Respuesta #4 en: 11 de Julio de 2019, 06:25:08 pm »
En las conversaciones entre aficionados es frecuente que los más jóvenes pregunten a los más veteranos por diferentes componentes que podrían suponer una mejora para su sistema.
"¿Cuál es el mejor.....................?

Podríamos preguntarnos, entre otras cosas:
¿Mejor para qué?
¿Mejor para quién?
¿Para escuchar a AC-DC?
¿Para escuchar a Bach?
¿Cuál es la configuración del sistema en el que se pretende incluirlos?


Dicen que la práctica hace al maestro y la variedad el gusto.
Muchos hemos recorrido un largo camino y mirando atrás podemos preguntarnos si somos más felices con el sistema que poseemos ahora de lo que lo éramos hace años con un equipo mucho más sencillo.

Resulta interesante, al respecto, la lectura de este escrito de Eduardo Punset que encontramos en su libro "El Viaje a la Felicidad".

La felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad.

"Al darle de comer a mi perra Pastora, siempre ocurría algo que nunca acababa de entender. En cuanto me dirigía a la terraza a la hora de la comida para recoger su plato, Pastora iniciaba una danza alucinante fruto de la alegría y la felicidad que la embargaban súbitamente. No sólo movía la cola sin parar, sino que saltaba, literalmente, a mi alrededor, interponiéndose en el camino a la cocina donde guardaba los cereales. No servía de nada decirle, cariñosamente: «¡Cálmate, Pastorita, que no me dejas andar!». Cuando conseguía llegar a la cocina para sacar de la bolsa dos puñados de cereales con algo de jamón de York se tranquilizaba momentáneamente, contemplando la operación sentada junto a la puerta. Si para hacerla rabiar un poco tardaba más de la cuenta, soltaba un solo ladrido de advertencia.
En cuanto iniciaba, con el plato lleno en la mano, el camino de regreso a la terraza donde comía, recomenzaba el festival de saltos y vueltas a mi alrededor. Pero en cuanto yo depositaba el plato en el suelo se transformaba en otro animal: dejaba de saltar, casi pausadamente ponía el hocico en el plato para constatar que no me había olvidado el trozo de jamón entre tanto pienso; dejaba de mover la cola y, sorprendentemente, al margen de si terminaba o no su comida, había perdido la emoción que la invadía unos instantes antes. ¿Cómo era posible que le emocionara más la inminencia de la comida que la propia comida? El poco —o nulo— tiempo que dedicaba a degustar lo que tanto había ansiado acrecentaba mi inquietud. «Será por la pobreza de sus células gustativas, en comparación con las olfativas», me decía para explicarme el misterio.

Años después aprendí que en el hipotálamo de su cerebro y en el de los humanos está lo que los científicos llaman el circuito de la búsqueda. Este circuito, que alerta los resortes de placer y de felicidad, sólo se enciende durante la búsqueda del alimento y no —al contrario de lo que cabría esperar— durante el propio acto de comer. En la búsqueda, en la expectativa, radica la mayor parte de la felicidad. Las imperfecciones del sistema de pronóstico afectivo a las que se refiere el profesor Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard, y los desfases entre la utopía y la realidad a los que se refiere el neurólogo Semir Zeki ya se encargan, posteriormente, de apagar el éxtasis del circuito de la búsqueda.

Se ha estimado, gracias a estudios recientes del ADN de los perros, que estos animales han convivido con los humanos desde hace unos cien mil años. Se trata de un período suficientemente prolongado, incluso desde la perspectiva del tiempo geológico, para que el homínido —provisto de un hipotálamo casi idéntico que el de su mejor amigo— hubiera podido extraer conclusiones útiles para su propia vida emocional, en lugar de seguir preguntándose, como ocurre ahora mismo, por qué la expectativa de un encuentro sexual o de un nuevo trabajo muy deseado supera con creces la felicidad del propio acontecimiento. En todo caso, no parece arriesgado sugerir que las personas condicionadas por el refrán popular de «aquí te pillo y aquí te mato» pierden gran parte de la felicidad, que mora en el circuito de la búsqueda. En suma, la felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad."


También me ha inducido a la reflexión la lectura de un libro de Eduardo Galeano, "Los Hijos de los Días":

Enero 11
El placer de ir


"En 1887 nació, en Salta, el hombre que fue Salta:
Juan Carlos Dávalos, fundador de una dinastía de músicos y poetas.
Según dicen los decires, él fue el primer tripulante de un Ford T, el Ford a bigote, en aquellas comarcas del norte argentino.
Por los caminos venía su Ford T, roncando y humeando. Lento, venía. Las tortugas se sentaban a esperarlo.
Algún vecino se acercó. Preocupado saludó, comentó:
–Pero don Dávalos… A este paso, no va a llegar nunca.
Y él aclaró:
–Yo no viajo por llegar. Viajo por ir".


Saludos y felices audiciones.